Friday, April 24, 2009



Como lo prometí, aquí va otro post de esta maravillosa historia. Haré un esfuerzo sobrehumano para tratar de publicar un día fijo a la semana, pero por ahora me es algo difícil. Apenas sepa prometo informarles del día para que no se cansen de esperar y especular. Saludos, Corina.


Frida miró a su alrededor. El pequeño apartamento que le proporcionaron los siervos del Señor Tenebroso era sorprendentemente acogedor. Hasta llegaba a ser irónico que hombres tan dados a causar dolor al prójimo pudieran haberse preocupado por un detalle aparentemente tan insignificante como su comodidad.

Miró por la ventana del cuarto. La capital inglesa estaba completamente iluminada. Aun pareciendo un montón de puntos luminosos, la joven no pudo dejar de pensar lo bonita que parecía ser esa ciudad. Estaba segura de que le iba a gustar mucho vivir ahí.

Volvió a la sala de estar. Había pasado las últimas dos horas hablando con Ludovic, Rigel y Agamenon, montando el perfil completo de su víctima y planeando todos los detalles para el acercamiento. Miró las notas resultantes de la reunión desparramadas sobre la mesa. También había algunas fotos. Tomó una de ellas y observó cada detalle del rostro y del cuerpo del hombre que debería conquistar y traicionar.

El primogénito de los Black-Thorne era alto y fuerte, tenía una abundante cabellera castaño rojiza y bellos ojos verdes. Podría ser peor, pensó para sí misma... Por lo menos Aldebarán era un hombre bastante atractivo. En su trabajo para Voldemort cuando estaba en Europa Continental hizo cosas mucho peores, algunas de las cuales todavía la atormentaban. Aquello después de todo hasta podía volverse placentero.

Bebió un vaso de agua y se dirigió hasta el cuarto para dejarse caer sobre su cama. Ahora que estaba sola en la oscuridad no necesitaba sostener más la pesada máscara que la acompañaba en el día a día. Lloró copiosamente abrazándose las rodillas.

Cerró los ojos y vislumbró en los sitios recónditos de su memoria a una pequeña niña rubia, de no más de cinco años de edad, que estrechaba fuertemente contra su pecho una muñeca de trapo que era casi un despojo. Sus padres discutían.

—¿Crees que esto es justo? —gritaba el hombre con fuerte rebeldía en su voz.

—Cálmate, Tomek. Entiendo lo que quieres decir, pero para todo hay una solución.

—¿Solución? ¿Solución? ¿A quién quieres engañar? ¡Mira a tu alrededor, Graznya, no ha quedado nada! ¡Nada! ¿Crees que es fácil para mí ver la decadencia de nuestra familia? Soy un noble, crecí rodeado de criados, acostumbrado al lujo y a la abundancia... Me repugna ver hasta dónde hemos llegado.

—Pero la culpa no es tuya, amor.

—¡Por supuesto que no! Es del maldito gobierno que encarceló y ejecutó a mi padre, aparte de apoderarse de todos nuestros títulos y bienes como compensación por los crímenes cometidos por él. ¡Quisiera que el Barón nunca se hubiese metido con ese maldito mago, o por lo menos que el inglés nunca se hubiese cruzado en el camino de los dos! Ahora somos nosotros los que estamos pagando por los errores del viejo. Nadie quiere emplearme por ser su hijo. ¿Cómo voy a mantenerte a ti y a la pequeña Frida?

El hombre comenzó a llorar desesperadamente. Su esposa lo estrechó en sus brazos para consolarlo.

La joven se movió sobre la cama, mirando entonces el anillo dorado con un solitario rubí. Regalo del maestro. Un ligero temblor le recorrió el cuerpo. Sentía frío, pero no tanto como en su primer año en Durmstrang, cuando tenía sólo once años.

Sus compañeros de instituto, tanto los pequeños como los más grandes, actuaban de forma tan extraña cuando ella estaba cerca... Susurros y miradas torvas terminaron por volverse una constante en su vida escolar, pero eso no quería decir que se hubiera acostumbrado a ello.

Muchos parecían temerla, como si dentro de Frida existiera un monstruo hibernando, listo para despertarse cuando menos se lo esperara. Otros la trataban con tal reverencia, que era tan aterrador como los que le tenían miedo. Quería entender el porqué...

Hasta que en una clase de Historia de la Magia, la realidad se desplegó ante ella como una luz cegadora. No supo qué fue peor, si las miradas de todos los compañeros volteándose hacia ella o descubrir quién fue verdaderamente su abuelo paterno, tema que era tabú en su casa.

El viejo Barón Grygiel había sido uno de los principales capitanes de la batalla de Grindelwald, el temible mago tenebroso que aterrorizó a Europa a principios de siglo.

Todo tuvo sentido en ese momento y la chica se sintió predestinada a seguir el sendero del lado negro de la magia. Estaba en su sangre. Pero eso no podía aceptarlo. ¡Nunca! Lucharía hasta que no le quedaran fuerzas contra un destino tan desgraciado.

Frida se levantó de la cama y caminó impaciente de un lado a otro del cuarto. Estaban emergiendo demasiados recuerdos juntos en ese momento. Sí, estaba en un punto trascendental de su vida. Llegó a Inglaterra y ahora estaba sirviendo directamente a Voldemort. Estaba muy, muy cerca de conquistar todo con lo que siempre soñó.

Tenía catorce años. Eran vacaciones de verano. La mayoría de sus compañeros debía de estar viajando por el país o hasta inclusive en el exterior, pero Frida se contentaba con pasar las tardes soleadas en su cuarto, estudiando o tan sólo dejando pasar el tiempo. Sabía que sus padres no podían gastar el poco dinero que conseguían en viajes extravagantes.

Se entretenía con su volumen de “Hechizos Avanzados” cuando sintió el grito atronador de su madre. Sintió las piernas volvérsele gelatina y el corazón disparársele. Nunca la había oído gritar así.

Avanzó paso a paso por los corredores de la casa heredada de su abuelo, una de las pocas cosas que les quedaron de la amplia fortuna de los Grygiel. Tenía miedo, mucho miedo de lo que iría a encontrar cuando llegase adonde estaba su madre.

Pero ninguno de los funestos pensamientos que brotaron en su mente a lo largo de su trayecto por el corredor podían haber sido peor que la realidad.

Sentada en el suelo del baño estaba su madre, en estado de shock. Las manos de la señora Grygiel cubrían su rostro, apenas pudiendo contener el horror y el llanto, mientras un charco de agua ligeramente rojiza comenzaba a esparcirse por el suelo.

Frida miró hacia la bañera, que ahora servía de tumba para su padre, y supo en ese momento que no había más escapatoria. La mano del Invisible finalmente la había alcanzado y aplastado como un insignificante insecto. Luchó tanto por tanto en tiempo, todo en vano. Aceptó finalmente que su destino pertenecía a la oscuridad. Nunca más podría soñar con ser feliz, con ser amada...

La joven bruja se sentó nuevamente sobre su cama y se miró fijamente los pies. Sí, el momento estaba llegando y esta vez su familia estaría del lado de los vencedores.

—Como te lo prometí, padre, muy en breve los Grygiel recuperarán su debido lugar de poder en el mundo. Todos nos van a respetar nuevamente.

Qué tonta había sido en su infancia, pensó Frida. Pero aquello era pasado, ahora estaba completamente segura de que su destino era la soledad. Un precio pequeño a pagarse para recuperar el nombre de su familia. Había muchas otras cosas de que preocuparse...

Efectivamente en su vida no había lugar para el amor...



Wednesday, April 22, 2009



Por razones de salud no he podido postear en estas semanas, así que como compensación publicaré hoy post y el viernes habrá otro. Haré todo lo posible para que la publicación sea un día fijo a la semana. Saludos, Corina.


Una densa bruma envolvía la parte externa de la estación ferroviaria, en una pequeña ciudadela del sur de Escocia. Tres señores vestidos distinguidamente esperaban la llegada del siguiente tren. El primero era alto y tenía el cabello canoso y ojos castaño claros, el segundo era bajo, calvo y gordo, mientras que el tercero, ligeramente encorvado, tenía el pelo completamente blanco y sostenía un libro en las manos.

—¡Por Salazar Slytherin, me gustaría saber qué diablos estamos haciendo aquí en esta estación de tren muggle escondida en donde Merlín perdió el bastón! —exclamó el hombre calvo.

—¿Por qué tanta irritación, Agamenon? ¿Por casualidad todo esto es miedo de que nuestros enemigos nos descubran aquí, aun con nuestros fabulosos disfraces? Por lo menos para eso sirven esos gusanos que el maestro mantiene en las mazmorras: materia prima para pociones multijugos...

—Por favor, primo, deja los comentarios y las provocaciones para otro momento —dijo el canoso—. Respondiendo a tu pregunta, Star, estamos aquí para recibir a una nueva persona. Ella ya servía al Lord en Europa, y como hizo un trabajo excepcional fue convocada a trabajar aquí en Gran Bretaña.

—Aún así, Ivory, no entiendo por qué estamos esperándola en un lugar infestado de muggles, ni tampoco por qué yo estoy aquí con ustedes... Después de todo mi especialidad nunca fue el trabajo de campo, sino el administrativo...

—Vaya, vaya, Agamenon, ¿tienes mejor estrategia para despistar a nuestros enemigos que escondernos en medio de la escoria de animales nacidos sin magia? Y sobre tu presencia aquí, a pesar de que no tienes los mismos valiosos talentos míos y de mi querido primo y prefieras el trabajo administrativo, el maestro cree que puedes ser útil para nuestra actual misión.

—¿Y cómo la nueva sierva nos va a reconocer?

—Con esto —dijo Ludovic, mostrando el libro que sujetaba.

—¡¿“Fausto”?! —exclamó Star, sorprendido—. El maestro sí que tiene un sentido del humor bastante peculiar.

—En realidad la idea fue mía —dijo Black-Thorne, sonriendo maliciosamente.

Agamenon lo miró horrorizado, tratando de imaginar la reacción de Voldemort frente a esa sugerencia.

Rigel miró a su primo y sonrió a medias.

—Te gusta jugar con el peligro, ¿eh, Ludovic?

—Qué dices, querido primo... Al maestro no le importó, muy por el contrario, se rió a carcajadas, contento de ser comparado con Mefistófeles.

El tren arribó a la estación exactamente a la hora indicada. La gente fue bajando de a poco y la última persona fue una bella y elegante mujer rubia de límpidos ojos castaños. Usaba un vestido azul claro y un pequeño sombrero del mismo tono. Se acercó entonces lentamente a los tres señores, diciendo con una voz aterciopelada cargada de un ligero acento polaco:

—Soy Frida Witoslawa Grygiel. Creo que ustedes son mis acompañantes.

—Ciertamente, señorita Grygiel —dijo Rigel, haciendo una ligera reverencia—. Es un placer conocer a alguien de tan distinguido linaje como usted. Yo soy Rigel Ivory, estos son mi primo Ludovic Black-Thorne y Agamenon Star.

Frida los saludó inclinando la cabeza.

—Esta no es la verdadera apariencia de ustedes —sonrió—. Me alegra ver que estoy rodeada de profesionales.

—Sí que es muy perspicaz —continuó Rigel—. Tendrá la oportunidad de conocer nuestras verdaderas formas en la guarida del maestro. Y sin más rodeos, vámonos. El Lord la espera ansiosamente.

La sala de trono del Señor Tenebroso se encontraba parcialmente iluminada por antorchas de llamas verdosas. Era exactamente así como le gustaba a Voldemort, ayudaba a crear un cierto ambiente que el permitía imponer un aura de terror incluso entre sus siervos. Sentía un inmenso placer en ser temido.

De repente la sala se vio invadida por la presencia de cuatro personas más. El heredero de Slytherin los esperaba hacía un buen tiempo. Agamenon Star, Ludovic Black-Thorne, Rigel Ivory y una bella y grácil joven se arrodillaron humildemente frente al trono de su maestro.

Voldemort se levantó y se encaminó hasta la joven. Le sostuvo el rostro con sus manos escuálidas y blancas y la miró con sus fríos ojos rojos. El Señor Tenebroso no pudo dejar de pensar en lo mucho que ella se asemejaba a un cálido y puro ángel. La muchacha no se intimidó, sino que le sostuvo la mirada. Voldemort sonrió.

—Quién podría imaginar que detrás de una cara tan bella y unos ojos aparentemente tan inocentes se esconde una de mis más despiadadas y frías agentes. Mis representantes en Europa me informaron de tus éxitos. Lo que no me sorprende en realidad, dados tus orígenes. Era de esperarse que fueras tan buena en lo que haces, siendo nieta de quien eres. Siendo así te he llamado a trabajar aquí en Gran Bretaña.

—Y aquí estoy, maestro, lista para servirte.

—Yo sé que sí, querida. Pueden levantarse todos —dijo el Señor Tenebroso, regresando a su asiento—. Como dije antes, tus hazañas en Europa me impresionaron mucho, por eso te hice venir aquí. Eres la persona perfecta para una misión muy especial.

—¿Finalmente recibiré la Marca, milord? —preguntó la hechicera.

—No, aún no. Te necesito completamente incólume para la misión. Recientemente algunos de nuestros espías dentro del Ministerio de Magia local pasaron a ser blanco de sospecha de nuestros enemigos y tuvieron que ser reubicados, si es que me entiendes. Y con eso perdimos una valiosa fuente de información. Y ahí es donde tú entras...

—¿Voy a trabajar en el Ministerio, señor?

—No, tenemos algo más elaborado en mente. Lo que quiero que hagas es acercarte a un funcionario del gobierno. Sabes, Frida —dijo Voldemort, sonriendo maliciosamente—, muchos más secretos fueron revelados en la cama que en sesiones de tortura. Es una táctica que ya hemos utilizado anteriormente con grandes resultados. Por tanto creemos que este sería un trabajo ideal para tus talentos únicos. Y tenemos la víctima perfecta para ti, ¿no es verdad, Ludovic?

—Sí, milord —concordó Black-Thorne, sin esconder su satisfacción.

—El hermano mayor de Ludovic y primo de Rigel es auror. Con los datos proveídos por ambos, tú vas a seducirlo y tratar de descubrir todo lo que él sabe. Agamenon está aquí porque, dado su trabajo en los bastidores de nuestra orden, será capaz de proporcionarte los documentos falsos que necesitarás para la tarea y también será tu contacto cuando no te sea necesario reportarte directamente a mí.

—Maestro —inquirió ella—. Como no voy a recibir la Marca, me gustaría saber cómo hará para contactarme.

—Ya me encargué de todo —respondió el Señor Tenebroso, extendiéndole a Frida un pequeño anillo dorado con un solitario rubí incrustado—. Es un sustituto de la Marca. Siempre que te solicite el anillo quemará en tu dedo.

—Muy ingenioso, milord —celebró Ludovic—. Nadie sospecharía de una joya con los colores de la Casa de los enemigos de la Serpiente.

Voldemort sonrió ante el elogio y continuó hablando:

—Espero, querida, que no te esté pareciendo esta tarea degradante.

Frida mantuvo el rostro impasible.

—En absoluto, milord, es un honor servirlo y servir a vuestra causa de la mejor manera que me es posible.

—Si me permite la palabra, señor —interrumpió Rigel—. Entienda, señorita Grygiel, que esta es una misión mucho más ardua de lo que se imagina. Mi primo Aldebarán es un hombre muy reservado, romper sus defensas emocionales no será un trabajo fácil. Por eso la hemos elegido, sus talentos como espía son loables.

—¿Y cómo voy a acercarme a tan distinguido señor? —preguntó ella sin un resquicio siquiera de emoción en su voz.

—Incluso en períodos de guerra, políticos continúan siendo políticos —dijo Ludovic con desdén—. Los idiotas todavía creen que las cenas elegantes son la mejor solución para reunirse e intercambiar ideas. Es por eso que estamos siempre en ventaja. El próximo mes habrá una de esas grandes pérdidas de tiempo. Con la ayuda de sus superiores en Europa y algunos otros agentes infiltrados, pudimos colocarla como secretaria personal del embajador mágico de Polonia. Creo que a través de él no será difícil para alguien con sus dotes conseguir una invitación para la tal fiesta. A pesar de esos recientes incidentes con nuestros informantes, conseguimos descubrir que mi hermano será el responsable de la seguridad del evento.

—Ya entiendo adónde quiere llegar, Black-Thorne —dijo la polaca y, dirigiéndose a Voldemort, completó—: Siendo así, milord, apenas puedo esperar para comenzar mi trabajo —y esbozando por primera vez en toda la conversación un leve trazo de emoción, sonrió perversamente—. Estoy segura de que será... divertido.




Thursday, March 12, 2009



Elizabeth estaba sentada en su escritorio en el Cuartel General de Aurores rodeada de fotos, mapas e informes. La situación estaba cada vez más complicada, pues a cada día que pasaba más difícil era prever cuáles serían los siguientes pasos de los mortífagos. Felizmente ella consiguió importante información en su última misión, pero aún así sentía que no era suficiente. Estaba realmente preocupada. La mañana que pasó con Nicholas fue tan agradable... Deseaba que la vida fuera así de simple.
Pensar en Nick la hizo sonreír. Fue cuando un hombre alto, de ojos verdes, cabello castaño rojizo y semblante muy serio se sentó frente a ella.
—¿Qué pasa?
—Nada... —respondió la muchacha, tratando de mantenerse seria, pero un leve temblor en su voz la traicionó.
El otro arqueó una ceja, ligeramente desconfiado.
—Betsy, te conozco desde el día que naciste. Dudo que haya alguien que te conozca mejor que yo, ni siquiera nuestra madre. Y hace ya un buen tiempo que te quedas a veces con esa cara embobada. Es la misma que tenías hasta hace poco.
—Está bien, Aldo, te lo cuento —dijo Betsy, sonriendo. Apartó algunos papeles que estaban sobre la mesa para acercarse a su hermano mayor—. Es que conocí a un muchacho. Y, bueno, nunca me sentí así antes. Creo que estoy enamorada.
El auror dejó escapar una sonrisa discreta en las comisuras de los labios.
—¡Eso es verdaderamente estupendo! —exclamó, posando cariñosamente la mano sobre el hombro de su hermana—. ¿Por qué no me dijiste nada?
—Es porque él es muggle y temí que no lo aprobaras —Betsy bajó la cabeza, ligeramente azorada.
—¿Por qué no, Betsy? —dijo Aldebarán en tono tranquilizador. Podía entender los recelos de su hermana, aunque fueran infundados en lo que a él respectaba—. Sabes que yo no soy como nuestros padres o Ludovic. Lo importante para mí es tu felicidad. Y por tu cara, el chaval está haciendo un buen trabajo. Quiero conocerlo.
La muchacha miró a su hermano, aliviada. Ahora se daba cuenta de lo tonta que había sido al ocultárselo a Aldo. Su hermano siempre fue un cimiento en su vida, alguien en quien podía confiar plenamente. Y ya que pudo revelarle finalmente “el gran secreto” a su hermano, nada más justo que pasarle la ficha completa de su novio.
—Su nombre es Nicholas Johnson y es escritor de libros de fantasía y ficción. Es el tipo más dulce, simpático, cariñoso y encantador que he conocido —dijo con una mirada soñadora.
—Por lo visto la cosa sí que es seria.
—Mucho más de lo que te imaginas... —respondió con convicción.
El semblante de Aldebarán retomó la habitual expresión rígida.
—Entonces, Betsy, tienes que estar preparada para la tormenta que vendrá. Y preparar a tu novio también. Sabes que nuestros padres nunca lo van a aceptar... —dijo, grave.
—Lo sé, Aldo, lo sé... —respondió Elizabeth, aprensiva.
—Pero no te preocupes, yo voy a estar de tu lado.
La joven se sintió reconfortada al oír eso. Tal vez, con el apoyo de su hermano, sus padres fueran un poco más tolerantes en lo que respectaba a Nicholas. Aldo hacía tanto por ella, quería ser capaz de retribuirle de la misma manera algún día. Quería que fuera tan feliz como lo era ella con su novio.
—¿Y tú, hermano, cuándo es que vas a encontrar a alguien para ti?
Una leve sombra pasó discreta por los ojos de Aldebarán. Tan rápida e imperceptible que Elizabeth no llegó a notarla.
—No tengo espacio en mi vida para ese tipo de cosa. La única pasión que me basta ahora es mi trabajo —dijo tan solamente, manteniendo el tono de voz normal para que su hermana no sospechara lo mucho que ese tema le incomodaba—. Tengo que irme, Betsy, tengo una reunión importante con otros aurores. Y es mejor que tú vuelvas al servicio, parece que estás bien ocupada también. Después hablamos más.



Thursday, March 05, 2009



Capítulo 4
Encuentros y desencuentros


—¿Dónde tenía yo la cabeza? Debería haberte llevado a almorzar en un restaurante elegante... ¡Sería mucho más romántico!
—Estás bromeando, ¿verdad? Toda mi vida frecuenté lugares llenos de reglas y etiquetas... Pero aquí... ¡Es sencillamente FANTÁSTICO! Esta es una de las mejores citas que he tenido. Nunca antes fui a un lugar tan maravilloso.
Nicholas se rió del entusiasmo de Elizabeth.
—Efectivamente no estabas exagerando cuando dijiste que tu madre era como un ogro, ¿eh? Quiero decir, ¿qué tipo de padres nunca llevaron a su hija a un parque de diversiones?
Elizabeth se rió en respuesta y le dio un enorme mordisco a su algodón dulce, diciendo enseguida:
—Te garantizo, amor, que este sería uno de los últimos lugares que la señora Marguerite iría a frecuentar.
—Vaya, hablando así hasta me da miedo ser presentado a la fiera.
Betsy casi se atragantó al oír ese comentario. Como Nicholas era muggle, ciertamente tendría serios problemas en presentarlo a su familia, principalmente porque sus padres eran magos tradicionalistas y conservadores, adeptos férreos a la pureza de sangre. Pero era tan feliz desde que conoció a Nick; no quería pensar en eso ahora. Trató de cambiar de tema.
—Sabes, me encantaría ir de nuevo a ese juego... cómo es su nombre... ¿Colina rusa?
—Es montaña rusa, amor. Eres tan graciosa a veces, confundiendo las cosas más simples del mundo —dijo él, dándole un beso en la mejilla, cerca de la comisura de los labios.
—¿Sólo recibo eso? —dijo ella, haciendo un piquito.
—Bueno, en realidad el beso sólo fue un premio extra para mí. En realidad quería comerme el pedacito de algodón dulce que tenías ahí.
—Ay, no puedo creerlo —dijo ella, carcajeándose—. Al parecer ya se volvió una tradición quedarme con la cara sucia de comida en nuestras citas.
Nicholas miró a Elizabeth con inmensa ternura. Era de veras una chica especial; lo supo desde la primera vez que puso sus ojos en ella. A veces ella parecía una niña, como si estuviera conociendo el mundo por primera vez. Otras veces Betsy emanaba una fuerza tan grande que hacía a Nick sentirse como hipnotizado.
La tomó entonces de la cintura y acercó su rostro al suyo para darle un largo y apasionado beso.
—¿Y ahora, crees que recibiste lo que merecías? —preguntó.
—Por supuesto —dijo ella, mirándolo cariñosamente con sus brillantes ojos verdes.
—¿De veras quieres ir de nuevo a la montaña rusa?
—Querer quiero, pero debo ir a trabajar. Mi descanso era sólo por la mañana. Más tarde paso por tu casa, ¿Está bien?



Friday, February 20, 2009



No era la primera vez que Elizabeth iba al cine. Cierta vez, durante las vacaciones escolares, cuando todavía estudiaba en Hogwarts, Marion le presentó el séptimo arte. Muchos podían pensar que para un mago, acostumbrado a las fotos mágicas que tenían movimiento, el cine sería algo bastante banal. Pero para Betsy las películas eran mucho más que fascinantes. Le parecía sorprendente el modo como los muggles, sin magia, lograban unir imágenes aparentemente inconexas y crear historias, a veces hasta crear cosas que para los magos eran reales, pero que para los muggles existían sólo en la imaginación. Para ella el cine era otra forma de magia. Magia muggle.
Nicholas parecía entusiasmado con la película. Había hablado en serio al decir que era una de sus favoritas. Le explicó a Elizabeth, animado, quién era la actriz principal, una joven llamada Audrey Hepburn, considerada un símbolo de la elegancia y talento en los años sesenta. Tejió mil elogios al director y al guionista, sin entrar en detalles de la historia para no arruinarle la sorpresa a Betsy.
Ésta se limitó a sonreír, se sentía tocada ante toda esa pasión demostrada por el joven.
Al llegar al cine, luego de comprar el combo básico de “refresco y palomitas”, se dirigieron a la sala de proyección. Las luces se apagaron lentamente y en la tela comenzaron a aparecer las primeras imágenes en blanco y negro de la película; una joven princesa, en viaje diplomático por Europa, aburrida y cansada de las obligaciones de su vida de nobleza, decide huir durante su estadía en Roma y hacerse pasar por una chica normal. En una de esas coincidencias típicas de películas de Hollywood, termina topándose con un periodista cuyo trabajo era cubrir la visita de ella por la ciudad. Terminan enamorándose y viviendo uno de los días más bonitos y significativos de sus vidas.
Elizabeth miró la pantalla enternecida, pareciendo completamente atrapada en la historia. Nicholas, por su parte, miraba a la joven con cariño, sonriendo al percibir lo mucho que le estaba gustando a ella la película. Quería que esa noche fuera perfecta y especial.
Sin darse cuenta, Betsy se apoyó contra el hombre del joven. Nick cerró los ojos por unos segundos y sintió el dulce perfume de la muchacha y la suavidad de sus rizos escarlatas rozándole el rostro. Le pasó un brazo por el hombro. A Elizabeth no le incomodó, sino que se acurrucó más contra él. Nicholas deseó que ese momento durara eternamente.
Los créditos finales comenzaron a aparecer y las luces se encendieron. La joven pareja se dirigió hasta la salida. Elizabeth permaneció en silencio. Nicholas temió que, a pesar de toda su concentración durante la película, al final no le hubiera gustado.
—¿Qué te pareció? —preguntó aprensivo.
Elizabeth lo miró y sonrió levemente.
—Me encantó, no podía haber sido más perfecta…
—Qué bueno —dijo Nick, aliviado—. ¿Y entonces, quieres ir a algún otro lugar? Hay una boîte aquí cerca que es muy buena.
—Ya oí hablar de ella, tengo un primo en segundo grado que vive por aquí cerca, él y sus amigos acostumbraban a frecuentarla en nuestras vacaciones escolares. Pero no, gracias, hoy no estoy con mucho ánimo para boîtes.
—¿No te gusta bailar?
—¡Muy por el contrario, me encanta! No sé… hoy querría algo más tranquilo… ¿Te importaría que sólo caminemos un poco y charlemos?
—Claro que no… Será estupendo platicar contigo.
Los dos caminaron a pasos lentos por las orillas del río Támesis. Sorprendentemente el cielo estaba límpido, sin una sola nube siquiera. Era una bella noche estrellada.
Nicholas hablaba compulsivamente, mucho por el nerviosismo causado por la situación, un poco para impresionar a Elizabeth. Ésta trataba de escucharlo atentamente, ora sonreía, ora hacía algún comentario. En cierto momento Nick tomó la mano de la muchacha sin darse cuenta. A Betsy le hizo feliz ese gesto. Sin embargo, aunque la cita estaba resultando ser muy agradable, vuelta y media un pensamiento insistente le afligía el corazón. Nicholas no pudo dejar de notar los ocasionales lapsus de Elizabeth durante el transcurso de la conversación.
—¿Algún problema? Espero no estar aburriéndote —dijo, sonriendo débilmente.
Elizabeth lo miró por algunos segundos. Había mucho afecto en su mirada. Luego bajó los ojos y respondió:
—No, no estoy aburrida... Es que no consigo sacarme el final de la película de la cabeza...
—Perdona, no quería que estuvieras triste por cómo terminó.
—No estoy triste... Es que, bueno, entiendo que ella tuvo que volver a su vida de princesa, pues era la única heredera y tenía muchas obligaciones para con su pueblo. Pero ¿tú crees que, si ella tuviera hermanos, si las cosas fueran diferentes...
—¿Ellos podrían haber terminado juntos y felices? Pues no veo por qué no. Ellos se amaban. ¿No es eso lo que importa?
—Pero ellos eran de mundos tan... tan distintos —comentó ella.
La película le había llegado a lo hondo, no sólo por la belleza de la historia, sino también porque le hizo pensar en la situación de ella y de Nicholas. Betsy no era una princesa, Nick tampoco era un plebeyo, pero sí pertenecían a mundos distintos. Elizabeth creció en un mundo de magia y encantamiento, mientras que Nick fue criado en un mundo regido por explicaciones lógicas y racionales. ¿Será que habría alguna posibilidad de que la relación de los dos se volviera algo más serio y diera resultado?
—Betsy, ¿quieres que sea bien, bien sincero? Esa historia de mundos distintos como impedimento para la felicidad de una pareja me parece una tremenda estupidez. Ponte a pensarlo: toda relación amorosa consiste en dos personas que provienen de mundos distintos, ya que provienen de familias diferentes, con historias de vida y formaciones diferentes... No son diferencias sociales, religiosas, económicas ni de ningún tipo lo que van a impedir que dos personas que se aman sean felices. Creo que con mucho esfuerzo y complicidad todo es posible.
Elizabeth lo miró sorprendida. Sus ojos se llenaron de lágrimas y no pudo contener la emoción frente a esas palabras.
—¿Qué ocurre, Betsy? ¿Dije algo malo? No quise hacerte llorar —Nick estaba asustado.
—Estoy bien —dijo ella, tratando de tranquilizarlo—. ¿Tienes idea de lo maravilloso que eres?
—Maravillosa eres tú, yo sólo soy un tonto, más adicto a la literatura y películas antiguas de lo que la mayoría de la gente cree normal para alguien de mi edad.
Nicholas tomó entonces el rostro de Elizabeth y le limpió las lágrimas de las mejillas con los pulgares. Sus miradas se encontraron y un silencio profundo cayó sobre ambos. Era el momento perfecto. Nick acercó su rostro lentamente al de Elizabeth. La joven bruja cerró los ojos. Sus labios se encontraron en un contacto suave y cálido. Se abrazaron más fuertemente. El viento nocturno los envolvió con un lazo invisible, uniéndolos, mientras se entregaban a ese tierno y apasionado beso.



Wednesday, February 11, 2009



Al fin les traigo un capítulo nuevo de esta linda historia. Espero que lo disfruten y comenten. Saludos, Corina.


Capítulo 3
La princesa y el plebeyo



Los últimos rayos del sol del crepúsculo bañaban las casas cuadradas del suburbio londinense. Una joven de cabello rojizo tocaba el timbre de una casita de tejas anaranjadas. Parecía un poco ansiosa, pues apretaba frenéticamente una mano contra la otra. Fue recibida por una joven negra de ojos almendrados, que tenía su misma edad.
—¡Betsy, llegaste temprano, chica!
Ésta le dirigió una sonrisa medio embarazosa.
—Es que no quiero atrasarme... Va a ser la primera vez que tengo una cita con Nick después de aquel día en el café... No quiero causar una mala impresión.
—Hum... Entonces el chaval es mucho más interesante de lo que imaginé. ¡Por la forma como estás, creo que esta historia va a terminar en boda!
—¡Mari! ¡Qué dices! —Elizabeth enrojeció completamente—. Apenas nos conocemos...
—Cálmate, Betsy —dijo Marion, divertida—. Sólo estaba bromeando. No pensé que fueras a quedar igual que un pimentón...
—Cambiando de tema, ¿dónde están tus padres? Los he echado mucho de menos.
—Están allá en el fondo, tomando el té. Mientras vas a verlos, yo voy a estar en el cuarto separando algunas prendas para ti.
Clarence y Josephine Peterson eran muggles de nacimiento y aún así aceptaron con naturalidad y orgullo el que su única hija fuera una bruja. Elizabeth los adoraba, casi como si fueran parte de su propia familia. Ellos eran tan distintos a Marguerite y Pericles. Los padres de Marion eran cariñosos, alegres y buen humorados. Siempre trataron a Betsy con mucho afecto y la hacían sentirse acogida. Muchas veces la joven bruja se sentía más en casa en compañía de la familia de su amiga que en la suya propia.
Al llegar al pequeño pero acogedor y florido jardín del fondo, Elizabeth vio al matrimonio de mediana edad sentado en una mesita redonda, saboreando con placer sus tazas de té mientras charlaban despreocupadamente.
—¡Tío Clary, tía Josie! —saludó mientras se acercaba a ellos y los abrazaba.
—Mi niña, estamos tan contentos por ti —dijo la madre de Marion, una señora muy guapa, que todavía conservaba el porte elegante de los tiempos de juventud cuando practicaba ballet—. Por fin vas a salir de la concha en la que estuviste encerrada en este último tiempo.
—Josie tiene razón, estábamos preocupados. Mari nos contó lo compulsivamente metida que estás en tu trabajo. La vida no es sólo obligaciones, aún eres joven y necesitas divertirte —completó el señor Peterson, un hombre bonachón y de voz grave, pero muy simpático.
—Mari exagera, tíos, ustedes conocen su tendencia en agrandar las historias que cuenta.
—Así como te conocemos a ti y tu exacerbado sentido de la responsabilidad, Betsy —dijo Clarence.
Elizabeth se calló, sabía que el padre de su amiga no estaba mintiendo y, más que eso, estaba de acuerdo con él que tal vez, de vez en cuando, no le haría mal relajarse un poquito.
Percibiendo la seriedad que se abatió sobre la joven, la señora Peterson dijo:
—Es mejor que subas a arreglarte. No te preocupes, que apenas llegue el joven lo atenderemos —y le guiñó un ojo pícaramente.
Betsy sonrió y se fue hasta el cuarto de Marion. Cuando llegó allá se deparó con montañas y montañas de ropa sobre la cama de su amiga.
—Puedes elegir —dijo Marion, animada.
«Realmente, siempre exagerada», pensó risueña. Pero no podía quejarse, Marion le estaba haciendo un enorme favor. Como estaba saliendo a escondidas, pues él era muggle y no iba a ser aceptado por sus padres, Elizabeth les mintió que pasaría la noche en casa de su hermano mayor. Ni la ropa de la cita podía llevarse, sino terminaría levantando sospechas.
Después de mucho buscar y probarse, Elizabeth optó por un top rojo sangre y una falda negra. Conservó en el cuello la cadenita con el dije en forma de hada, regalo de su hermano Aldebarán.
—¿Qué tal? —preguntó.
—¡Perfecta! Creo que Nicholas va a quedar boquiabierto cuando te vea. Y hablando de nuestro estimado escritor, es mejor que bajemos, ya debe haber llegado y estará siendo cocinado a fuego lento por mis padres.
—No es para tanto, Marion… —dijo Betsy, riendo.
—¡No estoy bromeando! Son estupendos, pero cuando se trata de criticar pretendientes, son terribles. Deberías oír lo que mi padre le dijo a mi último novio.
—¿Aquel motoquero melenudo? El tío Clary lo mencionó por arriba.
—¿Lo ves? Sólo mira el prejuicio de papá. Sólo porque él usaba chaqueta de cuero y tenía el pelo largo no quería decir que fuera gamberro. Tch... tch.
—No tienes remedio, ¿eh, Mari? Puedes ser cualquier cosa menos convencional.
—No hablemos de mí ni mi compleja vida amorosa. Hoy es tu noche, amiga.
Al bajar a la sala de estar, Betsy y Marion se encontraron a Nicholas sentado frente al matrimonio Peterson. Quien mirara desde afuera podría pensar que el pobre muchacho estaría siendo interrogado.
—Mira, ahí están —dijo Clarence al notar la llegada de las chicas.
Nicholas se levantó y sonrió al ver a Elizabeth.
—Estás preciosa.
Betsy desvió la mirada, visiblemente cohibida.
—Gracias.
Se despidió de su mejor amiga y de los padres, agradeciéndoles inmensamente por toda su ayuda. Ya en la calle, se volvió hacia Nick y comentó:
—Espero que no hayan pegado muy fuerte...
—¡Qué dices, los padres de tu amiga son estupendos!
—Puedes decirme la verdad, no me molesta.
—Bueno —dijo él, rascándose la cabeza—, ellos tejieron una lista enorme de consejos y recomendaciones para nuestra cita... Pero quitando eso fueron realmente unos amores.
—Lo sabía —rió Betsy—. Ellos son algo protectores... Me consideran parte de la familia… Si así son conmigo, imagínate con Marion… ¿Y entonces, adónde vamos?
—Pensé en llevarte al cine. Van a exhibir una repetición “La princesa y el plebeyo”. ¿Ya la viste?
—No, todavía no.
—Es una de mis películas románticas preferidas. Espero que te guste.



Wednesday, January 28, 2009



La brisa nocturna soplaba sobre el rostro de la joven hechicera. Apoyada contra el balcón exterior del comedor de la mansión Black-Thorne, Elizabeth apreciaba el paisaje, inmersa en sus pensamientos. Todavía podía escuchar la voz de Alastor Moody, su jefe en la Subsección de Infiltraciones, Búsqueda y Captura del Cuartel General de Aurores, gritándole a pleno pulmón sobre los riesgos innecesarios que había corrido al deshacerse de la capa de protección, aun con la intención de proteger a un civil inocente. Sin embargo, el «a pesar de todo fue un buen trabajo» que su jefe agregó enseguida compensó toda el griterío anterior.
O mejor dicho... compensó parcialmente. El rostro de Ludovic todavía invadía sus pensamientos. No tuvo el coraje de contarle a Aldebarán que se encontró con Ludo en la lucha. No sabía cómo su hermano auror reaccionaría con esa noticia.
Fue arrancada de sus devaneos al sentir una mano posarse levemente sobre su hombro.
—¿La visita de los Camposanto es tan aburrida al punto de querer refugiarte aquí?
Elizabeth miró a su padre con cariño y preocupación. El porte altivo de Pericles Thorne decaía a ojos vistas. Su rostro estaba más delgado, su pelo más blanco y se apoyaba con dificultad en su bastón. La enfermedad estaba consumiéndolo mucho más rápido de lo que él se permitía admitir.
—No, papá —respondió—. Sólo estoy un poco cansada. Tuve un día largo en el trabajo. Y esas cenas sociales de mamá son un poco extenuantes. Además, eso no te hace bien. Debería controlarse, es la tercera en menos de dos semanas.
Pericles dejó formarse una sonrisa discreta en su rostro usualmente rígido.
—Ya conoces a tu madre. Ese tipo de cosas es lo que la deja feliz. Los Camposanto son una familia importante de Italia, recibirlos aquí es un placer para Marguerite. Además, sospecho que ella esté tratando de conseguirte un pretendiente con todas estas cenas. Todavía no se resigna a tu ruptura de tu compromiso con el joven Sinn.
Elizabeth bajó los ojos. Su madre apenas le dirigía la palabra desde que decidió terminar el noviazgo, hacía ya más de un año.
—¿Tú también crees que actué mal en esa situación?
El viejo Pericles alzó la cabeza y miró en silencio el cielo nocturno antes de responderle a su hija.
—Confieso que en aquella época quedé consternado, pero hoy, después de mucho pensarlo, acepto que Maxwell no era digno de ti. Pero concuerdo con tu madre en que necesitas casarte. Los Thorne son un linaje matrilineal, tú eres la próxima matriarca del clan y tienes responsabilidades que cumplir, dada tu posición.
La muchacha se mordió ligeramente los labios. Sabía lo importantes que eran las tradiciones y la mantención de la “fuerza y de la sangre” para su padre.
—También tengo mis obligaciones como auror —dijo finalmente.
—Una cosa no excluye a la otra —replicó Pericles, mirando nuevamente a su hija—. Las mujeres Thorne siempre fueron guerreras. Y aunque yo cuestione esa defensa ardiente que tú y Aldebarán tienen por los no magos y mestizos, respeto tu necesidad de luchar. Pero tienes que casarte. Y como pareces no estar de acuerdo con esos posibles pretendientes de tu madre, te recomiendo que comiences a buscar tal vez entre tus compañeros de trabajo. Alguien de una familia tradicional. Uno de los hermanos Prewett, quién sabe.
Elizabeth sonrió, ligeramente roja. Nunca antes pensó en Fabian o Gideon como posibles pretendientes, aunque admitía que ninguno de los dos daba para despreciar. Con todo ese tipo de arreglo era imposible, tanto por parte de ellos como de ella.
—Oh, no, Fabian ya está comprometido con la hija de los Vance, y Gideon... no sé, pero tengo la impresión de que él también ya tiene a alguien, pero es demasiado discreto para comentar sobre el asunto. Mira, papá, te prometo que cuando llegue la hora encontraré a la persona adecuada.
—Espero que sí, Elizabeth. Pero principalmente espero que seas sensata en tu elección. Por favor, no te demores mucho por aquí —dijo Pericles mientras caminaba con dificultad al interior de la casa.
Betsy se inclinó más sobre el balcón. ¿La persona adecuada? ¿Adecuada para ella o para sus padres? Porque desde el día que tomó café con Nicholas Johnson no podía dejar de pensar en él. Y definitivamente él era opuesto a cualquier cosa que sus padres tomaban como correcto.
Se incorporó al notar un punto pardo crecer cada vez más en la oscuridad de la noche. En pocos minutos una lechuza de las torres se posó suavemente a su lado. Llevaba un pergamino atado en la pata.
—Buenas noches, Lennon —dijo ella, acariciando la cabeza del ave—. ¿Qué me mandó Marion hoy?
Al desdoblar la carta de su amiga, la hechicera dejó escapar una cálida sonrisa.
“Él llamó. Quiere encontrarse contigo el viernes de noche. Si no aceptas te juro que te arrojo a un caldero con aceite hirviendo. Besos, Marion”.
Betsy sintió el corazón disparársele involuntariamente. Después de aquella noticia, enfrentarse a cualquier cena aburrida organizada por su madre no haría la más mínima diferencia.



Monday, January 19, 2009



Los pasos del muchacho se escuchaban en los corredores. La Real Academia Inglesa parecía un castillo sombrío en esa época de vacaciones.
Fundada en 1816, el lugar funcionó durante casi toda su existencia como un colegio interno, al cual se acoplaba cada campus universitario. A medida que el campus se fue expandiendo, las instalaciones del colegio pasaron también a ser parte de la universidad. Eso hacía apenas diez años, los mismos años en los cuales el establecimiento finalmente dejó de atender exclusivamente a la aristocracia británica, a excepción de algunos pocos pollos mojados que con mucho esfuerzo conseguían una vacante para estudiar en la R.A.I.. Las notas pasaron a tener un peso mucho mayor que los títulos de nobleza en las fichas de admisión de los estudiantes. Pero no por eso la academia dejó de ser una de las instituciones de enseñanza más rígidas y prestigiosas del país.
Nicholas conocía de cabo a rabo las oscuras paredes de piedra de ese lugar. Aun antes de ser aceptado como estudiante allí ya había pasado por esos corredores incontables veces. Ya fuera en las fiestas de docentes, o cuando sus padres no conseguían una niñera y él pasaba las tardes dibujando en el gabinete que los Johnson compartían en el Departamento de Lengua y Literatura.
Mary Johnson era estudiosa de la obra del bardo inglés William Shakespeare y de otros escritores del 1600, como Christopher Marlowe y Ben Jonson. Y Richard se inclinaba por la investigación acerca de la literatura medieval y las variaciones lingüísticas de la lengua inglesa en ese período histórico. Enseñar allí era la vida y la pasión de los dos.
Cuando se graduó en la secundaria, llegó a considerar pedir plaza en Cambridge u Oxford. Tenía las calificaciones suficientes para ello, pero estudiar en la RAI era estar cerca de sus fallecidos padres. Y cuando fue aceptado, no pensó más en ninguna otra alternativa.
Después de unos minutos de caminata, llegó a su destino. En la placa dorada de la puerta de roble se podía leer “Profesor Thomas Hopkins”. Nick llamó a la puerta y oyó en respuesta una voz ronca y ahogada invitándolo a entrar.
Un hombre de aproximadamente unos cincuenta y pocos años, ya parcialmente calvo y entrado en carnes, acomodaba unos papeles sobre el escritorio. Al ver a Nicholas entrar se levantó para saludarlo.
—Mi querido Nick, sé que estás de vacaciones pero me alegro que hayas respondido a mi petición. Siéntate —dijo el hombre mientras señalaba una silla frente a la suya.
—Es siempre un placer charlar con usted. Además, me dijo por teléfono que parecía ser importante.
El hombre se inclinó hacia el joven mientras terminaba de encender su pipa.
—Sí, es importante, Nick. Mucho. Tú sabes que yo era amigo de tus padres. Dick y Mary hacen mucha falta. Como académicos y como amigos. Y dada la relación que yo mantenía con ellos, me siento un poco responsable de ti.
—Entiendo, profesor, y se lo agradezco.
El viejo Hopkins dio una nueva bocanada a su pipa antes de proseguir.
—Bien, Nick, faltan tan sólo seis meses para que te gradúes y creo que es hora de que comiences a pensar en tu futuro.
El muchacho se removió incómodo en la silla. Comenzaba sospechar cuál era el rumbo que tomaría la conversación.
—Pero ya estoy pensando en eso, señor —respondió, casi en la defensiva—. Quiero ser escritor profesional. Mi primer libro inclusive acaba de ser lanzado.
—Lo supe —continuó el catedrático—. Pero aún así creo que eres demasiado talentoso como para ser sólo escritor. Tienes tanto que ofrecer... Creo que serías un excelente profesor universitario. Estoy seguro de que tus padres estarían de acuerdo conmigo.
Nicholas se contuvo para no irse de allí sin darle una respuesta al hombre. Por más que Hopkins hubiese sido amigo de sus padres, no tenía derecho de tratar de definir lo que era mejor para él y mucho menos de desmerecer la profesión que había elegido.
—Con todo respeto, profesor, pero siendo escritor estaría también ofreciendo algo muy importante a mucha gente.
Thomas arqueó ligeramente una ceja, percibiendo que el joven había interpretado erróneamente sus afirmaciones. En ningún momento había querido ofender a Nicholas, realmente lo tenía en muy alta estima.
—No estoy disminuyendo el valor de tu elección —dijo, disculpándose—. Leí tu libro y realmente tienes talento, no puedo negarlo. Pero recuerda que algunos de tus ídolos, como Tolkien y Lewis, eran escritores Y profesores. Todavía tienes seis meses por delante para saber lo que realmente quieres. Lo que quiero dejarte claro es que la RAI siempre estará con las puertas abiertas para ti.
—De acuerdo —respondió Nicholas, más calmado—. Voy a pensar bien sobre nuestra conversación de hoy. Gracias.
Hopkins se levantó y estrechó efusivamente la mano de Nick.
—No hay de qué, mi estimado joven. Me alegro de oír eso. Te veo entonces cuando comiencen las clases.
—Por supuesto, profesor.
Ya fuera del despacho, Nicholas no pudo contener un suspiro de alivio al verse lejos del viejo Hopkins. Sabía que tenía buenas intenciones, pero no tenía dudas de que ser profesor no era un camino que elegiría. La RAI era la vida de sus fallecidos padres y parte importante de la suya, pero le cabía sólo a él decidir su destino. Además había todo un mundo allá afuera que deseaba conocer como para dejarse enclaustrar entre aquellas paredes de piedra.



Saturday, January 10, 2009



Aquí les tengo un nuevo capítulo de esta historia. Que lo disfruten.

Capítulo 2
“A hard day’s night”



Elizabeth se encogió al escuchar el estruendo de la explosión a su espalda. Sus ojos recorrieron rápidamente el hall de entrada de la mansión que ella y algunos colegas aurores habían invadido esa tarde, después de una denuncia anónima.
La única luz natural que había en el ambiente provenía de algunas ventanas rotas, próximas a la puerta de entrada. Paradójicamente todos los rincones estaban iluminados por la lluvia de hechizos que se intercambiaban los agentes del Ministerio y los seguidores del Señor Tenebroso.
La joven auror estaba agachada detrás de una mesa tirada que la protegía precariamente. Podía sentir el cuerpo de la niña que protegía temblando violentamente contra el suyo. La niña no debía de tener más de cuatro años de edad. Tenía el cabello completamente rapado, laceraciones y cortes por todo el cuerpo y los huesos eran visibles bajo la piel. Los ojos opacos y embotados denunciaban que ella había sido sometida a malos tratos que ningún niño, ningún ser humano debería sufrir. Ella no estaba mejor que los demás muggles que se encontraban en el lugar.
La batalla entre los aurores y los mortífagos ya duraba un buen par de horas, afortunadamente con la balanza inclinándose sobre los primeros. La mayoría de los cautivos ya habían sido liberados. Desde donde estaba Betsy podía ver a los hermanos Prewett y a Longbottom conducir a algunos rehenes al exterior, en donde un ómnibus mágicamente modificado los aguardaba para ser transportados.
Elizabeth apartó a la niña de su pecho y la obligó a mirarla. Trató de sonreír para tranquilizarla.
—Sé que tienes miedo, querida, pero necesito que te levantes y corras hasta esos muchachos que están en la salida. ¿Puedes hacerlo?
La chiquilla negó con la cabeza. Betsy se encontraba en un dilema. No podía salir de su puesto, pues necesitaba cubrir la retaguardia de los aurores que estaban en la puerta, pero no podía mantener a la niña con ella. Eso retrasaría el rescate de los muggles y también disminuiría la movilidad de la hechicera durante la batalla. Se dispuso entonces a desabotonarse la capa negra de su uniforme. La malla oscura fue especialmente hecha para situaciones como ésa. Era usada en misiones de ataque y servía como un escudo mágico contra la mayoría de las maldiciones conocidas, excepto las tres Imperdonables...
—Mira, presta atención —continuó Betsy, mientras sostenía delicadamente el rostro de la niña y le mostraba la capa—. ¿Ves esto de aquí? Voy a ponértela encima. Si te cubres con ella, los malvados no te van a ver, sólo los chicos buenos que te están esperando en la puerta. Así podrás caminar hasta ellos sin miedo.
La niña asintió y, apenas la bruja la cubrió, salió corriendo en dirección a los otros aurores. En ese mismo instante Betsy se levantó de detrás de la mesa, varita en ristre, y atacó a los mortífagos que tenía a la vista. Absorta en la batalla, apenas distinguió las siluetas de Kamus y Willhelm, quienes avanzaron de un salto en dirección a sus enemigos. Sin ninguna otra víctima en su poder, era cuestión de tiempo para que los mortífagos batiesen retirada, y eso los aurores no podían permitirlo.
Elizabeth oteó nuevamente el recinto, esta vez buscando una brecha para avanzar como su primo y Deveraux lo hicieron. Pero antes de que pudiera encontrar una abertura, notó que uno de los mortífagos se separó del grupo y trató de avanzar hasta la salida, en donde los demás aurores conducían a los prisioneros. Era obvio que él quería minimizar las pérdidas de esa empresa matando a algunos agentes del Ministerio y también a algunos de los ex cautivos.
Kamus y Willhelm estaban alejados y completamente rodeados como para prestar atención al “lobo descarriado”. Le quedaba a Elizabeth impedir que el encapuchado se acercase a los demás. Lanzó un hechizo, que pasó zumbando entre las vestiduras del mortífago. Por muy poco no lo acertó de lleno. Por lo menos pudo llamar su atención. Si el mortífago no estuviera con la cara cubierta por la máscara, la auror se habría sorprendido de la sonrisa que brotó en los labios del hombre.
En vez de lanzar un hechizo, el seguidor de Voldemort corrió rápidamente en dirección a Elizabeth y la empujó puerta adentro a la habitación más cercana al hall. La muchacha perdió el equilibrio y sintió la espalda golpearse pesadamente contra el suelo polvoriento, mientras el mortífago caía sobre ella.
Betsy trató de soltarse mientras el hombre trataba de sostenerla de las muñecas. Después de unos minutos en esa lucha la auror logró propinarle un rodillazo en la boca del estómago al mortífago, quien se soltó de ella, jadeante. Luego de localizar la varita cerca de la pata de una amplia y refinada mesa, la joven giró el cuerpo para recuperar su posición de defensa. Arrodillada, apuntó la varita al encapuchado, quien se levantó aún respirando con dificultad.
—Sabes, habría sido muy fácil matarte en la otra habitación —comenzó el hombre—. Estabas completamente indefensa sin tu capa. Pero tengo que mantener mi reputación para con mis pares. Por eso te traje aquí, lejos de la vista de todos para hablar.
Elizabeth sintió la respiración parársele al reconocer esa voz. Sabía que tarde o temprano ellos se encontrarían en bandos opuestos en el campo de batalla, desde que él fue oficialmente declarado “traidor del Estado”. Pero por más que hubiese imaginado esa escena en su mente millones de veces, ninguna de ellas la preparó para la triste realidad.
—¿Lu... Ludovic? —dijo casi en un hilo de voz.
El mortífago asintió y se quitó la máscara y la capucha, revelando así los ojos verdes y el pelo tan rojo como los que la auror veía en el espejo cada mañana.
—¿Y entonces, hermanita, no me vas a dar un abrazo? Hace casi un año que no nos vemos.
La joven se sintió flaquear por unos segundos. Una mezcla de odio y tirsteza le oprimían el pecho. No pudo contener las lágrimas que se le escaparon, dejando marcado su camino en sus mejillas. Lo que presenció allí ese día... el horror estampado en los rostros de los prisioneros, en el rostro de la chiquilla que hasta pocos minutos atrás tenía abrazada contra ella. Y su hermano era uno de los responsables de esa barbarie... Pero él era su hermano... crecieron juntos, compartieron tantas cosas...
Apretó la varita con ambas manos. Tanta era la fuerza con que oprimía el instrumento mágico que por un momento pensó que la varita se iría a despedazar en sus manos. Cerró los ojos, aún con Ludovic en su mira. Una luz roja se desprendió de su varita. Sin embargo, cuando Elizabeth abrió los ojos, en vez del cuerpo paralizado del mortífago, no vio nada ni a nadie. Él se había aparecido.



Friday, January 02, 2009



¡¡¡Feliz año nuevo para todos!!! Aquí, como verán, estamos de estreno de layout ^^, obra de mi querida colega Carol, una de las escritoras del Expreso original. Disfruten de la última parte de este capítulo. ¡Que pasen muy bien!


Nicholas y Elizabeth se sentaron en una mesa próxima a una ventana en una acogedora cafetería en el centro de Londres. El lugar tenía un decorado retro, al estilo de los años 40, que lo hacía todavía más encantador.
Betsy tomaba un capuchino mientras Nick saboreaba un simple café negro. Éste soltó una risa corta.
—¿Qué pasa? —preguntó ella.
—Es que tienes un bigotito de capuchino.
Elizabeth bajó la mirada, avergonzada. Su tez usualmente blanca adquirió un color escarlata.
—Siempre pasa —dijo, limpiándose la boca con una servilleta—. Perdona.
—No tienes de qué preocuparte. Me pareció muy lindo.
Betsy sonrió.
—Bueno, te estaba preguntando en qué trabajas —dijo el escritor.
La joven miró al muchacho sentado frente a ella. Era tan simpático, alegre y atrayente… Hacía mucho tiempo que no se sentía tan libre, tan cómoda con alguien. Lo más extraño era que se conocían hacía tan sólo pocas horas. Aún así no quería mentirle, pero tampoco podía contarle la verdad. Difícilmente Nicholas comprendería su trabajo como auror. Optó por un término medio.
—Trabajo en un banco. En la parte de gestión, ya sabes, reunión y archivamiento de información financiera, cosas así. Pero es algo aburrido. Hablemos de cosas más interesantes… Por ejemplo tu cuento, “La marca carmesí”, realmente me encantó.
—¿No te pareció demasiado sombrío? —preguntó él—. Fueron las palabras de los editores cuando casi cortaron el cuento. Quiero decir, es la historia de un ogro que toma prisionera a la princesa y le devora el corazón todas las noches, y encima dice que lo hace por amor…
Elizabeth asintió. Efectivamente era sombría la trama, pero había un lirismo en esa historia que la fascinó mientras leía, al punto de arrancarle lágrimas.
—Sí, pero su corazón siempre se regeneraba —se justificó—. Y al final la princesa consigue recuperar su corazón y escapar, a pesar de la enorme cicatriz roja que permaneció en su pecho. Puedes llamarme loca o extraña, pero me identifiqué mucho con la protagonista…
—¿Por casualidad tienes algún ogro en tu vida? ¿Algún novio celoso? —preguntó Nicholas en broma.
Betsy se echó a reír. Nunca había pensado en ello hasta ese momento, pero el escritor estaba en cierta forma acertado en sus conjeturas.
—Ahora que lo dices… más o menos. No es un novio, pero sí una madre un poquito exigente.
—Disculpa —Nicholas parecía arrepentido por el comentario—, sólo estaba bromeando, no sabía…
—Está bien, no tienes por qué disculparte —dijo ella, tratando de tranquilizarlo.
Betsy miró para el exterior de la cafetería. Las primeras estrellas comenzaban a despuntar en el cielo londinense. Desgraciadamente tenía que desempeñar el papel de Cenicienta más pronto de lo que deseaba.
—Tengo que irme —dijo.
—¿Quieres que te lleve hasta tu casa? —preguntó Nicholas, solícito.
—No es necesario… —respondió ella casi en un murmullo.
Le era imposible para él llevarla a su casa, después de todo Nicholas no podía aparecerse, y dada la distancia entre Londres y la mansión de los Thorne, ese era el mejor medio de transporte. Al mirar la cara desolada del joven, Betsy impulsivamente hizo algo que hasta a ella misma le sorprendió: se inclinó sobre la mesa y besó a Nick en la mejilla.
Fue el turno de Nicholas de ponerse rojo. El gesto de la muchacha lo tomó por sorpresa e hizo que su corazón se disparara nuevamente.
Todo lo que estaba sucediendo allí era una locura, una alegre y dulce locura, era verdad. Todavía se preguntaba cómo había reunido coraje para invitar a una completa extraña a salir. No era su forma de ser, usualmente más cuidadoso en cuestiones del corazón. Pero cuando vio a Elizabeth frente a él en aquella fila, estuvo seguro de que era su hada, como la gitana le había predicho cuando era niño. Sabía que era irracional seguir una fantasía infantil, pero sentía que se habría arrepentido si no se hubiera arriesgado a dar un paso mayor al que estaba acostumbrado.
—Wow —dijo, embriagado, mientras se pasaba la mano por la mejilla, bien donde la joven le había besado. Le sonrió y Elizabeth le devolvió la sonrisa—. ¿De veras tienes que irte?
—En serio no puedo quedarme… Ya estoy un poco atrasada. Hoy hay una importante cena en casa con algunos amigos de mis padres y mi madre se va a molestar inmensamente si no llego pronto.
—Bueno, si no te puedo llevar a casa, ¿podré llamarte por teléfono? Si quieres verme de nuevo, claro.
—Claro que quiero. No tengo teléfono —tomó una servilleta y anotó unos números— pero mi amiga Marion sí tiene. Ella sabe cómo encontrarme.
Se despidió de Nick con una sonrisa. Luego de salir de la cafetería y mientras buscaba un lugar para aparecerse de vuelta a casa sin ser vista por los muggles, Elizabeth no pudo dejar de pensar que aquel había sido uno de los mejores días de su vida en mucho, mucho tiempo.
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CRÉDITOS

TRADUCCIÓN:Corina Frasier












Este blog es un fanfiction inspirado en los libros de Harry Potter. Nuestra historia comienza en los años 70, el tiempo de la primera guerra mágica. Nuestros personajes son originales, inspirados por el universo de JK Rowling.

NICHOLAS DANIEL JOHNSON


Escritor muggle de libros de fantasía y ficción. Sus padres, Richard y Mary, eran profesores de literatura inglesa, lo que tal vez haya influenciado a Nicholas en su elección profesional. Ambos murieron en un accidente de tráfico al regresar de una conferencia en una noche lluviosa, cuando Nicholas tenía doce años. Fue criado por su hermano mayor, Robert Johnson.


ELIZABETH ASTREA BLACK-THORNE JOHNSON


Heredera de una ultra tradicional y conservadora familia de magos, los Black-Thorne, Elizabeth nunca aprobó las ideas tradicionalistas de sus padres, siempre entrando en serios conflictos con ellos, especialmente con su madre, Marguerite. Cuando era estudiante perteneció a Gryffindor, hecho que generó una nueva desavenencia entre ella y su familia. Es alegre, valerosa e intrépida. Trata con igual simpatía a muggles, magos y mestizos. Es más, su mejor amiga, Marion Peterson, es hija de muggles. Cuando se graduó en Hogwarts decidió ser auror como su hermano Aldebarán, a quien mucho admira.


ALDEBARÁN AURELIUS BLACK-THORNE


Hijo primogénito de Pericles y Marguerite, Aldebarán siempre tuvo una personalidad introvertida. Raramente sonríe a no ser en presencia de su hermana menor, a quien le profesa un gran amor. No aprueba las ideas de sus padres sobre la pureza racial entre los magos y siempre trata con igual deferencia a muggles, magos y mestizos. Cuando estudiaba en Hogwarts perteneció a Ravenclaw. Es un hombre justo y valiente.


FRIDA WITOSLAWA GRYGIEL


Es una bruja de origen polaco y estudió en Durmstrang de joven. Se mudó a Inglaterra poco después de graduarse. Es una mujer elegante, educada y distinguida.


LUDOVIC SEDARIUS ERÍDANO BLACK-THORNE


Hijo del medio del matrimonio Black-Thorne, Ludovic siempre fue el preferido de sus padres exactamente por ser el único de la prole que aprobaba incondicionalmente las ideas paternas acerca de la purificación de la raza mágica. Perteneció a Slytherin cuando estudió en Hogwarts. Después de graduarse se hizo mortífago. Ludovic es uno de los más inescrupulosos, perversos y amorales siervos de Voldemort y uno de sus principales asesinos y torturadores.


ALEXANDER Y GABRIELA SINCLAIR


Gryffindor en los tiempos de Hogwarts, Alex era conocido por su coraje e integridad. Se volvió auror después de graduarse, pero por amor a su esposa abandonó el empleo y se volvió instructor de la Academia de Aurores. Es uno de los mejores amigos de Aldo.
Gabriela nació en Perú y se mudó a Inglaterra para trabajar con su hermano mayor. Muggle, siempre tuvo dificultades en aceptar y lidiar con el mundo mágico, pues iba en contra del temperamento racional que ella cultivó durante años. Es una mujer cariñosa pero de genio fuerte.


LUCY REINFIELD


Miembro de Hufflepuff en época del colegio, vio a sus padres ser asesinados por mortífagos cuando tenía once años de edad; escapó gracias a que estuvo escondida y su madre logró distraer a los siervos de Voldemort. Sin otros parientes vivos, Lucy pasó a estar bajo la tutela de Bartemius Crouch, amigo de largo tiempo de su padre y que terminó ocupando efectivamente el cargo que sería de Reinfield. Cuando se graduó en Hogwarts, Lucy trató de entrar a la Academia de Aurores, pero suspendió los exámenes físicos. Fue gracias al "tío Barty" que Lucy consiguió el puesto de secretaria en el Cuartel General de Aurores.


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